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El error más común para ponerse a pensar

El error más común para ponerse a pensar
Photo by AbsolutVision / Unsplash

Pensar por uno mismo es difícil, muy difícil.

La pura lógica no basta, porque la corrección formal del discurso requiere completarse con la aceptación de ciertas premisas conocidas y verdaderas. Es decir, se requiere tener experiencia encarnada en el mundo para distinguir lo verdadero de lo falso, aunque sea en un nivel rudimentario.

Me parece que un primer paso para pensar de manera autónoma y disponerse a encontrar la verdad, es estar prevenido frente al poder de las palabras, como enseña Aristóteles en un librito poco estudiado llamado Las Refutaciones Sofísticas.

Según el pensador griego, no existe una correspondencia total entre el lenguaje y la realidad, lo que da lugar a que uno se deje llevar por las palabras y oraciones como si representaran totalmente el mundo. Dice que éste es el origen más común del error al momento de sentarse a pensar.

Las palabras están cargadas de veneno y virtud, porque una sola de ellas puede significar distintas cosas. En términos técnicos, este fenómeno es un caso de homonimia o equivocación.

Por ejemplo, la palabra 'vela' puede significar tanto el estado de vigilia por la noche para hacer la guardia como el cilindro de cera usado para iluminar, e incluso también la tela de los barcos para moverse con el viento. Otro ejemplo: la palabra 'cabo' da tanto para referirse al accidente geográfico (el Cabo de Buena Esperanza o de Hornos) como al cabo González del ejército. Vela y cabo son, pues, palabras equívocas.

La dificultad está en que las palabras elementales del pensamiento, aquéllas sobre las que se pretende erigir la filosofía, son de esta clase, porque son las que significan los conceptos más universales como ser, pensar, tiempo, identidad, etc.

Y con esto llegamos al problema de la actualidad.

La palabra 'filosofía' es de esta clase en la medida en que significa distintas posiciones, escuelas y corrientes de pensamiento; incluso algunas contrarias entre sí.

Puedes ver la homonimia en que para Aristóteles, por ejemplo, la filosofía consiste en la contemplación de las verdades eternas del ser. Para Marx, en cambio, es una praxis social contingente que pretende transformar el mundo. Así, sus filosofías se oponen pese a que se sirven de la misma palabra para describir su quehacer como si procedieran de una misma tradición.

Por eso también, quienes se dedican a estas cuestiones se preocupan antes que nada de redefinir lo que entienden por "filosofía", señalando sus límites, su relación con la ciencia y sus fines, para autocalificarse después como filósofos.

Y esta es la razón de que este portal se llame filósofo.com, porque detrás de cada pensamiento hay una persona de carne y hueso con un mundo propio en que lo desarrolla y un mundo compartido donde lo hace público. A fin de cuentas, el filósofo es un quién, un sujeto desplegado en una biográfia de descubrimiento.

El problema surge para quien mira desde lejos, debido a que no tiene cómo distinguir unos de otros, pues le parece que caen todos los pensadores en la misma bolsa de gatos en que se ha convertido la filosofía.

Frente a esta situación, Aristóteles reservó la palabra 'sofística' para referirse a su versión deformada. Quien cultiva esta disciplina, el sofista como contrapartida del filósofo, no se toma la molestia de dedicar una vida entera a la búsqueda de la verdad. Le basta solamente con aparentar que sabe y lucrar con ello.

Sin embargo, gracias a la estructura administrativa de las facultades de filosofía en las universidades modernas, no es posible distinguir en ellas al sofista del filósofo, porque allá adentro son todos colegas al margen de la posición teórica que sostenga cada uno. Es decir, por derecho propio son todos filósofos al estar adscritos a alguna facultad y no porque adhieran a determinada escuela o tradición de pensamiento. Por ejemplo, pese a las diferencias insalvables en sus respectivas posiciones, tan filósofos serían los seguidores de Tomás de Aquino como los escritores posmodernos, como Jacques Derrida. Aunque desde afuera yo llamaría sofistas a los segundos.

La cuestión ha llegado a tal nivel de absurdo que incluso algunos filósofos declaran muerta a la propia disciplina que cultivan.

¡Muerta!

Pero ya es tiempo de que la filosofía salga al mercado con sus escuelas, tal como lo hizo en sus orígenes.

Poco y nada tiene que ver esto con la manera en que se enseña hoy en las facultades la historia de algunos sistemas de pensamiento ordenados de acuerdo con una cronología dudosa: Antigua, Medieval, Moderna y Contemporánea, donde se insertan distintos personajes célebres e influyentes en una línea imaginaria de tiempo. La filosofía se ha convertido de este modo en el estudio sistemático de las opiniones de los hombres pasados.

Mi propuesta es que fuera de las facultades universitarias, su aparente unidad podría diversificarse en escuelas bien definidas de pensamiento, que ostenten principios y postulados claros y públicos, para que el joven estudiante que emprende un camino tan largo como difícil, pueda recibir el valor real que hay en cada posición. Valga como ejemplo que San Agustín estudió con los maniqueos antes de retomar la senda neoplatónica luego de su conversión. Lo que no encontró en una escuela lo encontró en otra y la peor terminó por desaparecer.

Por consiguiente, para pensar de manera autónoma y disponerse a encontrar la verdad hay que definir primero, antes de cualquier otra cosa, lo que uno entiende bajo una palabra, para que quien te escuche pueda contemplar lo mismo que tú. Y en ese ejercicio conviene revisar los distintos significados con los que ya cuenta. En este sentido, las academias de la lengua se limitan a recoger estas variaciones en las acepciones del diccionario.

Así que nunca discutas sin acordar con tu oponente los significados de los términos en discusión. Que te sirva de ejemplo que ni los filósofos se ponen de acuerdo en qué es la filosofía.

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