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Platonismo y tabaco

Platonismo y tabaco
"Si Prometeo hubiese robado el fuego del cielo para encender su puro, los dioses le habrían dejado obrar a su antojo" (Madame de Girardin)

No diría que existe una literatura dedicada al tema de la relación de los filósofos con el tabaco, pero conozco algunos escritos que son tan anecdóticos como interesantes. Si bien la mayoría enfoca la cuestión con algo de humor, el ritual del tabaco esconde una profundidad impensada que vale la pena develar.


Antes de seguir, como en este tema hay que hacer descargos de responsabilidad, debo decir que no promuevo el consumo del tabaco en ninguna de sus formas sino que este artículo tiene sólo fines informativos. Prosigamos.


El tabaco se descubrió con América y llegó de inmediato a Europa, donde se le reconocieron las bondades medicinales que le atribuían los aborígenes de las Antillas. Por lo mismo, la relación oficial del tabaco con la filosofía comienza en la modernidad, concretamente en I. Kant, como el hito en el que se mezclan la doctrina filosófica con su hábito cotidiano de fumar pipa a primera hora de la mañana.

Cuenta Manfred Kuehen que Kant, con su rigor característico, se despertaba a las 5 a.m. todos los días sin fallar; luego se bebía una o dos tazas de té con las que se fumaba una pipa llena de tabaco.

El tiempo que necesitaba para fumarlo “lo dedicaba a la meditación”. Aparentemente, Kant había formulado la máxima para sí mismo de que fumaría solo una pipa, pero se informa que las cazoletas de sus pipas aumentaron considerablemente de tamaño a medida que pasaban los años (p. 284)

¡Vaya lucha interior debe haber tenido con su propia máxima de fumar una sola pipa bien llenita, en vez de dos o tres!

Quizás encontraba que una sola bastaba para tener un cierto grado de moralidad como promoción de la salud y la meditación, pero que el demonio estaría en el exceso. Pero, para fumar más, bastaba usar una pipa cada vez más grande en vez de fumar varias veces una pequeña. Así se deleitaba con el humo cuantas veces quisiera sin violentar su máxima.

Este hábito se mezcla con su doctrina en que su célebre teoría del imperativo categórico pretendía darle un fundamento formal a la moral. La idea era vivir de acuerdo a máximas que fuesen universalizables para que valieran para todo el género humano. Por ejemplo, una vez conocí a una chica que nunca se movía para ningún lado cuando caminaba por la vía pública. Insistía en que se tenían que mover los otros en vez. Pero al someterse a la prueba kantiana de la blancura se descubre lo ineficaz de dicha convicción, porque si todos actuaran de esa misma forma, la vía pública sería un caos donde chocarían todos con todos. Entonces, se trata de caminar atento al andar de los otros y moverse para evitar el choque.

Lamentablemente Kant no dejó ningún escrito sobre el tabaco, pero a partir de entonces la planta que echa humo se apoderará de la vida intelectual hasta el punto en que pasó a ser un lugar común fotografiarse en la biblioteca con una pipa en actitud contemplativa.

La relación del tabaco con la vida filosófica parece así ir más allá de una moda pasajera que se ha plasmado en algunos escritos anecdóticos.

En este artículo aparecido en The American Spectator (2016), el autor hace un punto interesante. En la época de nuestros abuelos, las casas olían a tabaco y se podía fumar hasta en los vuelos comerciales y las aulas académicas. Encima se pregunta si había una cierta lógica detrás de una sociedad pasada a humo. Y claro que la había, pues el tabaco tiene potentes efectos nootrópicos y sedantes, lo que fomenta al mismo tiempo la concentración y la relajación, facilitando así el trabajo intelectual y creativo. Ahora, en cambio, se consume café con los conocidos efectos estimulantes de esta bebida. Al parecer se opone una sociedad templada por el humo con otra sobreestimulada con café. Cada una con sus afanes.

También existe una tímida corriente de pensadores católicos que se gozan en el tabaco, cuyo ícono es -cómo no- el gran G.K.Chesterton.

Tener horror al tabaco no es tener un estándar abstracto de lo correcto; sino exactamente lo contrario. Es no tener norma alguna de lo correcto y pretender convertir ciertos gustos y disgustos locales en sustitutos. Nadie que tenga un estándar abstracto del bien y el mal puede pensar que fumar un cigarro está mal (“On American Morals”, 1929)

En esta corriente he encontrado los escritos más interesantes al respecto.

Como primera muestra, hay un librito llamado Hacia una teología del fumar la pipa (1970) de Arthur D. Yunker, que lleva por subtítulo:

"En el que se argumenta que fumar en pipa dignamente es uno de los últimos dones del Espíritu Santo y acerca a sus practicantes a la naturaleza del reino de Dios, cuyos argumentos están diligentemente respaldados por pruebas irrefutables, textos y lógica incontestable"

Y el autor no está bromenado, aunque tampoco quiere que lo tomen tan en serio. El primer capítulo se llama "Herejías refutadas" y la primera se refiere al riesgo que involucra fumar, donde afirma que la mayoría de los estudios asociados al tabaco se relacionan con los cigarrillos, y poco y nada se han estudiado los efectos a largo plazo de la pipa y los puros. La gran diferencia, en efecto, es que el humo de cigarrillo se inhala, está para usarse como un medio de obtener nicotina; mientras que el tabaco de pipa y el puro no se inhalan; están para saborearse, para deleitarse en ese exquisito y único gusto. Pero, más allá de lo que digan los estudios estadísticos, el autor tiene un punto:

"Es sencillamente absurdo evitar los riesgos. Esta es una maldición propuesta por fanáticos...Todos los amores son inconvenientes. ¿Cuáles son los riesgos de fumar (pipa, claro está), comparados con los riesgos del cortejo y el matrimonio? ¿O comparados con los riesgos de la ordenación sacerdotal o la fidelidad a una vocación? Toda vida, al menos toda vida que valga la pena, involucra riesgos" (p. 2)

Luego de las refutaciones, continúa con un punto que me parece destacable: el carácter del placer concomitante a ciertas actividades. Pues, al fin y al cabo -dice- Dios creó la planta del tabaco, cuyas hojas puedes ver recién colgadas para curarse en la imagen

This was the first time I’ve ever tried a cigar. We all (group of 15 people) sat down in this very dry, small straw house. The farmer then handed me the cigar and lit it inside of the house, right next to all the dry straw. One spark and this cottage would have burned down. It didn’t and the cigar was very good.
Photo by Tim Stief / Unsplash

Como se dice en el Eclesiástico 38:4-7:

"Dios hace que la tierra produzca sustancias medicinales, y el hombre inteligente no debe despreciarlas...Con esas sustancias, el médico calma los dolores y el boticario prepara sus remedios"

El tabaco era una de esas sustancias que se recogían en los tratados de medicina de hace unos siglos (de hecho, de éste saqué la cita bíblica).

El vicio se introduciría por el uso desordenado del tabaco, por un reduccionismo de sus prestaciones que lo limita a ser un medio para obtener nicotina, dejando de lado su aspecto más importante.

Este otro artículo de US Catholic (2018) se pregunta si fumar pipa es bueno para el alma, donde se destaca el ritmo pausado que impone el fumar tabaco fino: si lo fumas muy rápido, se quema y pierde sabor; si lo fumas muy lento, se apaga y se interrumpe el flujo de la experiencia, además de que prenderlo de nuevo disminuye sus prestaciones. Pues bien, este ritmo se impone, por lo que la experiencia no se puede apurar. El relajo en la demora es inevitable.

"Es este ritmo y esta práctica lo que hace que fumar en pipa sea un compañero bienvenido para la contemplación"

Destaca, además, que para fumar se requiere del mismo ocio que requiere la filosofía: ese tiempo activo en que florece la experiencia humana en toda su plenitud. Se trata de saborear el regocijo en ese tiempo que no pertenece al mundo del trabajo.

Por lo que naturalmente se distingue fumar por ese placer contemplativo que fumar para calmar la ansiedad. El primero te lleva al tabaco de puro o pipa, el segundo, al cigarrillo que, dicho sea de paso, está tapado en químicos añadidos.

Por último, este artículo se publicó en el conocido portal First Things First titulado El Tabaco y el Alma (1997), que arranca con estas palabras:

"El alboroto actual sobre el tabaquismo ha hecho que todos sean dolorosamente conscientes de los efectos del tabaco en el cuerpo, pero también ha oscurecido una razón más profunda de la popularidad del tabaquismo: su relación con el alma"

El autor, Michel Foley, establece una correspondencia entre los cigarrillos, los puros y la pipa, con cada una de las tres partes del alma de acuerdo con la teoría de Platón.

El cigarrillo correspondería a la parte apetitiva, que persigue satisfacer el deseo sensible. Sería, pues, un símbolo de quienes buscan la satisfacción instantánea y libidinal.

El puro procedería de la parte espiritual que busca satisfacer el deseo de fama y el reconocimiento. Su aspecto fálico destacaría su relación con la ambición y el poder.

Para el autor, la pipa sigue a la parte racional del alma que desea la verdad. La diferencia está en que, a diferencia del cigarrillo y el puro, la pipa permanece y:

"De manera similar, las preguntas del filósofo duran mucho más que las preocupaciones pasajeras de los deseos físicos, por un lado, y las ambiciones humanas, por el otro...Finalmente, el efecto que la pipa tiene sobre los demás es análogo al efecto de filosofar: la dulce fragancia de una pipa, como la buena filosofía, es una bendición para todos los que están cerca"

A continuación atiende la objeción obvia de que se puede decir lo mismo del fumar cannabis. Pero responde señalando hacia el efecto que cada sustancia produce en el fumador: el tabaco promueve la contemplación y la conversación relajada, mientras que la cannabis trastoca la percepción y la razón. Por eso ésta se clasifica como una droga psicotrópica. A fin de cuentas, dice el autor, la cannabis es un sucedáneo sofístico del tabaco, que imita en apariencia todas sus prestaciones.

Quizás no sea casualidad que la retirada del tabaco coincida con el avance de la cannabis.

Pero, en mi opinión, el punto crucial del artículo es que en la cuestión del tabaco habría toda una idea previa del hombre o, si prefieres, una preconcepción antropológica.

Si se lo concibe sólo como un cuerpo en el que la conciencia es un añadido evolutivo, ciertamente los estudios arrojarán que se trata una cuestión de sustancia-adicción corporal que se resuelve en la química.

Pero si la naturaleza humana es al mismo tiempo alma y cuerpo, el efecto del tabaco no sería separable en compartimentos estancos, sino que se influirían recíprocamente. De esta manera concluye:

"Tampoco debería sorprendernos en esta era sin pipa que la feroz batalla por el tabaco haya perdido el verdadero punto sobre su poder adictivo. El tabaco domina el alma tanto como el cuerpo. Las cualidades que adopta en sus diversas formas lo convierten en un complemento casi irresistible para el deseo particular dominante en el alma de un individuo".

En este breve sumario puedes ver que existe una relación, accidental por cierto, pero no por eso desdeñable, entre el tabaco y la contemplación filosófica que ha atráido a los pensadores desde Kant en adelante.

Para adentrarse en el ritual, conviene distinguir, como suelen decir los filósofos: el cigarrillo del tabaco fino que consiste solamente en hojas curadas y enrolladas a mano, porque sólo éstas pueden ser material de un ritual personal y social.

El ritual de la pipa o el puro podría ser un símbolo de la contemplación filosófica en esto que representa el ascenso desde la experiencia sensible al mundo inteligible, además de que intensifica el placer propio de la actividad teórica.

Pues, a un amante del tabaco no le interesa ponerse un subidón de nicotina, sino que persigue una experiencia que convoca a todos los sentidos y la razón: al tacto por sostener de manera delicada -con una cierta reverencia- la pipa o el puro; al olfato y al gusto los convoca juntos en el sabor del tabaco. De hecho, existe un concepto que se llama retro-gusto, en inglés retro-haling como de inhalar al revés, en el que el humo sostenido en la boca por unos segundos se expulsa de vuelta por la nariz para intensificar su sabor. A la vista, por contemplar el arte en la confección de la pipa o la perfección de un puro hecho a mano, además de la contemplación de los girones del humo en el aire. Y al oído lo convoca por el silencio, por el ruido ausente del humo.

Este aspecto ritual y simbólico del tabaco es una manera de llevar al objeto de la filosofía, el mundo inteligible, a imágenes que puedan indicarlo indirectamente, al verlo reflejado en una semejanza de un objeto material que lo acerca y vuelve familiar. Ese ascenso del humo hasta desaparecer es como el alma se eleva a la contemplación del ser.

Un buen tabaco realza el aspecto placentero de la contemplación filosófica, porque, según el decir de José Ferrater Mora, es “el sabor de la vida” (1985 p. 163). De manera que, aunque la relación de la filosofía con el tabaco sea accidental, se podría decir que ocupa un lugar instrumental específico en la medida en que intensifica el placer concomitante y propio de la actividad contemplativa por medio de un ritual simbólico.

En definitiva, así como el tabaco permite gozarse en el placer de saborear con todos los sentidos, la filosofía conlleva un placer único cuando se topa, aunque sea tengencialmente, con la verdad.

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