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Breve ensayo sobre el éxito personal

Breve ensayo sobre el éxito personal

Chesterton escribía hace poco más de un siglo un breve artículo titulado La falacia del éxito, donde, además de reírse de los escritores de autoayuda financiera de su época por ser malos escritores, critica la idea que venden bajo la etiqueta del éxito.

La tendencia de la cultura del capitalismo de asociar el éxito con la felicidad busca reducir la vida humana al trabajo, idea que se vende bajo la consigna de un individuo empoderado que dirige su propio destino, pero no de cualquier manera, sino que ha de hacerlo en la gran corporación o construyendo una desde el garage.

Como cualquier religión, la cultura corporativa promete una realización personal, salvo que esta vez su templo es la oficina, y su Dios, el trabajo.

Una visión de este tipo supone una cierta imagen de la vida humana y el lugar del trabajo en ella.

Así, el nuevo discurso de la empresa se ha vuelto cada vez menos economicista hasta verse inundado por clichés filosóficos.

Pero, ¿la fórmula del Evangelio Corporativo éxito=felicidad tiene algún trasfondo de verdad?

Hablaré del éxito a partir de mi experiencia del fracaso.


Pese a haber fracasado recientemente con un proyecto al que le dediqué diez años de mi vida, hoy me siento más realizado que nunca. No, porque la vida no presente desafíos, que eso es parte esencial de estar anímicamente vivo, sino porque me atreví a poner el trabajo en su lugar adecuado: por fin me mudé a la selva de Costa Rica, donde vivo con mi familia.

Aprendí que para llevar una vida auténtica, aquella que uno anhela construir desde dentro hacia afuera, no hay que anteponer el dinero, sino que éste debe ser la consecuencia de una elección existencial previa.

Parece obvio, pero antes pensaba que tenía que contar con varios millones de dólares en el banco para poder construir una vida al margen de caminos preestablecidos, ya sabes, salirse de la carrera de ratas como la llaman algunos.

Pero me di cuenta que se te puede ir la vida en ello.

Me di cuenta de que, a mayor envergadura del proyecto, más dedicación demanda, y así puede llegar a consumirte por completo.

Enfrentar la quiebra de mi empresita, aquella que prometía financiar mi estilo de vida, fue un alivio, porque abrió la posibilidad de reordenar mi vida de acuerdo con lo que dictaba mi corazón, en responder por fin a eso que llaman vocación (la filosofía y los libros).

En términos existenciales, sería algo así como radicarse en la existencia auténtica, viviendo al margen del mundo conformado por la opinión de los demás o de imágenes de éxito impuestas desde el exterior.

Quizás algo tarde entendí lo que el éxito significaba para mí.

Entendí que esperar a ser millonario para llevar una vida auténtica no es más que una ilusión por dos razones:

1) Todos los millonarios que he conocido trabajan como si no hubiera un mañana y viven como si no tuvieran un peso en su billetera. Es cierto: comen rico, salen con supermodelos, viajan seguido, pero el trabajo acapara la mayor parte de (para no decir toda) su vida con altos niveles de estrés.

2) Aunque fuese millonario, tomaría la misma decisión que he tomado en mis circunstancias actuales: me iría a vivir a un lugar rural donde pudiera vivir de manera sencilla en contacto con la naturaleza y disponer de tiempo para dedicarme a los asuntos que para mí son los importantes, como el cultivo de los afectos en mi círculo de amor inmediato, la educación de mis hijos, y contar con el ocio suficiente para leer y escribir.

Anteponer la generación de dinero a lo que realmente quería fue un gran error.

Hoy me doy cuenta de que aquello no era más que una ilusión de seguridad para hacer más confortable el riesgo y el costo que conlleva equivocarse.

Pues equivocarse sale caro y alguien tiene que pagar esos costos.

Se trata de una seguridad sicológica, acaso fantasmagórica, asociada a un cierto número en la cuenta corriente que siempre está en el futuro. "Cuando pase tal cosa, me dedicaré a lo que realmente quiero". Y así uno escapa de uno mismo.


Me di cuenta que la trampa de la riqueza está en que subyuga la vida en la misma medida en que uno termina trabajando para obtenerla.

Y lo peor es que la idea es más vieja que el hilo negro.

La clave está en el vivir para: puede ser para Dios, la familia, el hogar, la empresa (sea ésta propia o ajena), los amigos y los artefactos. Como el tiempo es limitado, y no alcanza para todo, hay que priorizar.

Y ordenar esta dimensión como uno quiera tiene consecuencias prácticas. Porque cada fin escogido resultará en una vida distinta, de tal manera que, mientras más personal es el objetivo trazado, mientras más propio es el equilibrio entre estos aspectos vitales, más auténtica y lograda será la vida.

Y es imposible no enfrentar esta situación: si no lo ordenas tú, alguien más lo hará por ti.

Hay quienes otorgan todo su tiempo al trabajo, como el célebre caso de Elon Musk cuyo horario semanal pasó a ser un meme.

Hay otros que entregan su tiempo a Dios, como el famoso padre Pío y los innumerables monjes anónimos cuyas biografías jamás se escribirán.

Hay otros que reservan su tiempo para compartir con su esposa y educar a sus hijos, anteponiendo esto a todo lo demás.

Lamentablemente hay otros que botan su tiempo a la basura, saltando de moda en moda.

Sea como sea, a algo hay que asignarle un tiempo, como dice el Eclesiastés 3:1-8, y eso depende únicamente de ti.


A fin de cuentas, 'éxito' es una de esas palabras que tienen muchos significados, que en este caso se refieren a la consecución de un fin intentado, a la realización de un objetivo trazado. De este modo éxito significa lo mismo que logro.

Por lo mismo el éxito personal, a diferencia del éxito corporativo, pone el énfasis en la realización de un proyecto de vida en el que el trabajo se encuentra ponderado.

Mi visión del éxito, que me llega recién a los cuarenta años, ha sido la elección de una vida que deja atrás otras opciones que ya no fueron.

En atreverme a vivir una vida filosófica en un mundo eminentemente práctico, productivo y consumista, que no valora la búsqueda y contemplación de la verdad de las cosas.

Y aunque fracase en los resultados, ya sea que nadie lea mis libros, o que no tenga suscriptores en filósofo.com, todo eso será accidental, porque mi satisfacción está en haberlo intentado: en haber vivido de acuerdo a quién soy yo.

Visto así, me parece que si la fórmula corporativa tiene algún grado de verdad, es porque hay que trabajar para construir una vida auténtica. La falacia está en identificar ese trabajo que en la tradición filosófica se llamaba práxis, con el trabajo productivo o directivo, que en la filosofía se llamaba póiesis.

Por eso, me pregunto si el trabajo no será la excusa moderna para escapar de uno mismo, de distraerse en el tiempo productivo para escapar de la responsabilidad con la propia vida que trae el tiempo contemplativo.

Dedicarse a la filosofía es una vía alternativa que te desafía a ocupar el tiempo en conocerte a ti mismo y en indagar en las cuestiones fundamentales, por cierto, en la medida de lo posible y ajustado a las circunstancias de cada quien.


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