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La razón de lo oculto

La razón de lo oculto
«Después de una larga convivencia, surge de repente una chispa como fuego que se enciende en el alma» [1]

He reservado la dimensión íntima de mi boletín para aquellos lectores que desean apoyar mi libertad creativa e involucrarse más a fondo con mis proyectos.

Por esta reserva, lo he llamado OjoVoraz Oculto.

Pero, más allá de la fascinación que ejerce lo oculto sobre la psicología personal, que mueve a buscar lo prohibido por sobre lo razonable, con las desastrosas consecuencias que puede acarrear (si no, pregúntale a la pareja del Edén), existe una razón filosófica para ocultar algunas cosas.

Es la misma razón de por qué en el origen los filósofos se resistieron a dejar sus enseñanzas por escrito; parece que lo esencial se resiste a escribirse sin desfigurase en el proceso.

En algún sentido, lo escrito es palabra muerta; y, como la filosofía es una vida orientada al saber en su totalidad, no se presta a ser transmitida del todo por medio de signos de ningún tipo, ni impresos ni menos digitales.

En esto radica la nobleza de la filosofía.

Así, pues, Sócrates -deliberadamente- no dejó nada por escrito.

Y su discípulo más ilustre, Platón, escribió algunas cosas, pero defendió el silencio filosófico ante a la elocuencia de su maestro [2].

De modo que Aristóteles, procurando preservar ambas perspectivas, dividió sus escritos en dos tipos:

«unos eran esotéricos, compuestos con vistas a la enseñanza filosófica interna y dirigidos a sus discípulos; otros eran exotéricos, compuestos en forma de diálogo para un público más general [...]

Estos últimos tienen un estilo más literario y divulgativo, mientras que los primeros son más técnicos y concisos» [3]

Con aquella tradición especulativa quisiera conectar la estructura de este boletín.

Por eso OjoVoraz tiene una dimensión oculta (esotérica), reservada sólo para quienes desean participar en el núcleo íntimo de mi trabajo.

Pues ocultar ciertas enseñanzas viene dado por motivos de sutileza filosófica.

En opinión de Platón:

«No es fácil para quienes han vivido en la oscuridad mirar directamente la luz» [4]

Asimismo Aristóteles veía la filosofía como la más difícil de todas las disciplinas del saber, y por lo mismo exige la conformación de una vida completa para poder siquiera vislumbrarse.

En esta línea, Tomás de Aquino pensaba que:

«Las cosas profundas no deben ser comunicadas indiscriminadamente, sino solo a quienes tienen la disposición adecuada para recibirlas» [5]

Y es necesario que así sea:

«para que no se expongan al desprecio o a la burla» [6]

Es decir, lo oculto también es una manera de protegerse frente al desdén que ha acompañado a la filosofía desde sus orígenes.

Por otro lado, Tomás de Vio Cayetano, un autorizado tomista, señalaba en este sentido que a tal punto es difícil la filosofía que incluso a los más grandes doctores se les escapa [7].

¡Ni siquiera los mejores pergaminos académicos son garantía de buen pensamiento!

Y Julián Marías insistía, a propósito, que a la filosofía no se han dedicado más que unos cuantos gatos en toda la historia:

«Siempre he creído que los filósofos han sido y serán muy contados, y probablemente sin ninguna importancia social...y su proliferación me preocupa, porque suele ser indicio de una extinción o desvirtuación de la filosofía» [8]

De esta forma se encuentra en la tradición filosófica un criterio de auditorio para ocultar algunas enseñanzas, que tiene que ver menos con el talento y la capacidad que con la madurez y preparación intelectual.

Hay que estar preparado para saber recibir, lo que sea, incluso el amor.

Y, aunque en principio la filosofía está abierta y disponible para todos, cuando uno tiene en cuenta la dificultad que les es inherente y la necesidad que tiene del recurso más valioso, tiempo libre, se ve de inmediato que no se presta para ser un objeto de consumo de audiencias masivas.

No todos están preparados, ni tienen el tiempo suficiente como para adentrarse en las sutilezas de la especulación filosófica.

En nuestra época es fácil tomarla por un objeto de consumo entre otros, como una forma más de entretenimiento, que -a mi juicio- es el mayor riesgo que corre hoy: no ser más que contenido.

Sin ir más lejos, la divulgación -cercana a la autoayuda- parece convertirla en objeto de consumo.

De hecho, la misma palabra 'divulación' connota la carga de lo vulgar, de la modifcación que supone propagar ideas al vulgo y hacerla disponible a la gran audiencia.

Es una forma de desfiguración, porque lo noble y sutil se tiene que modificar para hacerlo digerible para una masa indiferenciada.

En el proceso se pierde algo esencial: pues, en vez de ser un encuentro personal, el autor le habla potencialmente a todos y a nadie en particular.

¿Cómo me he planteado frente a la nobleza y dificultad propia de la filosofía?

En mi caso, después de veinticinco años ininterrumpidos dedicado al estudio sistemático y la meditación de las cuestiones apremiantes, siento que en vez de estar más cerca, estoy cada vez más lejos, comprobando en carne propia que es verdad el cliché socrático.

En efecto, siento que cada vez sé menos y que nunca llegaré a ser un filósofo consumado.

La filosofía se me escurre entre los dedos cuando más creo dominarla.

Esta experiencia es el origen de la voracidad intelectual por la que he nombrado mi boletín: esa sed envolvente de saber, de comprenderlo todo, que lleva a un permanente desasosiego existencial que te pone el ojo voraz y la irrenunciable tarea de domesticarlo.

El lado positivo de todo esto es que me da también una cierta confianza para ver que al vecino le pasa lo mismo, en mayor o menor grado, levantando una cierta sospecha frente a quien plantea su saber como consumado y «objetivo», es decir, indiscutible, irrefutable, blindado de toda crítica.

Por estas razones, OjoVoraz-Oculto no es divulgación sino una cordial invitación a participar en mi camino filosófico, por si se enciende la chispa del encuentro personal, donde te invito a mirar de cierta manera.

Porque la vida filosófica es intransferible sin presencia.

Y no es necesario que sea física, sino que basta la comunicación de dos almas en alguna parada del camino.

De hecho, para mí, incluso aunque estén muertos y distantes de épocas remotas, algunos filósofos me son más cercanos que muchos de mis contemporáneos en mis círculos sociales, porque compartimos algo más íntimo.

Y si bien nadie puede dominar del todo la filosofía, que es la más salvaje y rebelde de todas las disciplinas del conocimiento, la invitación es a cultivarla en la medida de que las circunstancias lo permitan con una profunda humildad.

De este modo, espero poder crear ese espacio donde el lector que no tiene la formación o el tiempo suficiente para dedicarse a estas cuestiones, se pueda encontrar con otra vida filosófica.

El desafío de hoy está en hacerse ese tiempo de calidad -lento y sin distracciones- para poder leer la presencia tras el silencio de las palabras.


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Referencias Bibliográficas:

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