Platonismo de la estupidez

«El objeto de la inteligencia no es otra cosa que lo que es […] El alma, al usar la inteligencia, se eleva hasta el lugar más alto del ser mismo» [1]
La estupidez se ha puesto tan de moda como la inteligencia, porque de alguna manera se relacionan en la pregunta más apremiante de todas:
¿Por qué mientras más inteligentes se vuelven las máquinas, más estúpido parece volverse el género humano?
(Y descuida que yo soy el primero en ponerme en esa fila).
Porque en la era del Nihilismo Tecnlógico se ha vuelto una tarea urgente e irrenunciable delimitar lo propio de la inteligencia humana, ya no contra el fondo animal como tradicionalmente se había hecho, sino frente a la máquina.
Para poder calificarla de «inteligente», por cierto, la inteligencia humana se ve en la necesidad de definirse primero a sí misma con el fin de establecer un criterio de comparación con aquel artefacto que está destinado a suplantarla.
El problema está en que en la confrontación dialéctica con la máquina, el hombre posmoderno se percata inmediatamente de que ya no puede ni siquiera definir con certeza su propia inteligencia.
En este nuevo escenario, habría dos manifestaciones de la inteligencia: una natural y otra artificial, cuyo verdadero significado seguirá en suspenso hasta que la primera no aclare el suyo
Porque, extrañamente, el hombre posmoderno no duda de que exista algo llamado Inteligencia Artificial, capaz de producir resultados que imitan los rasgos de la inteligencia humana.
Que si la obra creada -la máquina- busca asemejarse o imitar el modelo de inteligencia de su creador -el hombre-, ¿en base a qué modelo de inteligencia se ha diseñado una máquina digna de llevar en propiedad ese nombre?
¿Existe acaso la Inteligencia Humana?
¿Cuál es la sustancia de ese paradigma?
Son preguntas que remiten directamente a la estupidez, una disposición en que la inteligencia humana ya no sólo duda de uno de sus actos, sino que ahora se pone en duda a sí misma como facultad o capacidad distintiva.
Ni siquiera Descartes llegó tan lejos.
De este modo la inteligencia humana ha operado una aniquilación deliberada, anulándose a sí misma en el ejercicio de su facultad bajo un cuestionamiento total, operación que la arroja de vuelta a la nada.
Se trata de un signo inequívoco de estupidez.
A falta de inteligencia...Estupidología
Resulta que hoy en día la palabra «inteligencia», que tiene un origen filosófico históricamente determinado, ha devenido en una palabra equívoca, significando tantas cosas como investigadores que intentan desentrañar su naturaleza.
«Son muchos los que han hecho carrera machacando el tema de la inteligencia. Cabría llenar habitaciones enteras con los libros escritos sobre esta cuestión [...] Sin embargo, por vasta que sea esa bibliografía, conduce hasta una conclusión abrumadora: nadie sabe qué es» [2]
La consecuencia principal de haber perdido el sentido, no tan solo de la existencia sino de la inteligencia, es el Nihilismo Tecnológico, pues en este vaciamiento esencial, el hombre se convierte en una cosa más entre otras -junto a las máquinas-, incapaz de ejercer su facultad más alta, volviéndose impotente frente a la pregunta que sólo un ser inteligente es capaz de formular:
¿Quién soy yo?
¿Qué va a ser de mí?
Preguntas a las que ya no está en condiciones de dar una respuesta existencial, sino que espera el sucedáneo de la respuesta de un experto, escrita en enunciados más o menos elaborados y lógicamente articulados, en vez de poner en orden la totalidad de la propia vida.
Después de todo, el hombre no es lo bastante inteligente como para saber lo que sea la inteligencia [3].
De este modo, se ha vuelto incapaz de responderse las preguntas que sólo la inteligencia puede plantearse.
Pero el apremiante desconcierto ante la pérdida de la facultad más excelente que distinguió al ser humano por milenios de los animales, dio lugar a la estupidología, un campo de estudios que se ha enfocado en comprender cómo la estupidez es causa de la mayoría de los males sociales [4].
Porque -piensan con razón los estupidólogos- si en este embrollo se supone como hipótesis de trabajo que inteligencia y estupidez son opuestos, y respecto de uno tenemos dudas, al menos si tenemos certeza del otro, podremos recobrar su sentido por confrontación dialéctica.
Se trataría de averiguar lo propio de un opuesto a partir de la confrontación con el otro. [5]
La dificultad es que tampoco hay acuerdo con respecto a qué sea la estupidez (1932 p. 21), y, a diferencia de la profusión de estudios sobre la inteligencia, estos otros son escasos.
Para resolver la ambigüedad que entorpece una comprensión consensuada de la estupidez, algunos autores cortaron por lo sano, abogando por una perspectiva que parece indiscutible.
Por contraste con la inteligencia -piensan también los estupidólogos- la estupidez tiene efectos y consecuencias más directas y perceptibles por todos, lo que permite establecer un consenso razonable desde el cual comenzar cualquier estudio serio [6].
De este modo define la estupidología de vanguardia su objeto de estudio:«a partir de los resultados del comportamiento humano, no sobre la base de teorías difíciles y siempre cuestionables» [7]
Con todo lo razonable de este planteamiento, no obstante, mi posición se desprende precisamente de aquellas teorías difíciles y siempre cuestionables de los filósofos barbudos y añejos.
Confieso que lo soy
A pesar de que el planteamiento de la estupidología es metodológicamente fecundo, no es tan inocente de esas teorías difíciles y cuestionables que dice superar, como puede verse en su definición del estúpido.
«Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio» [8]
Al definir de este modo al estúpido en función de las consecuencias de su conducta, la estupidología ha de tener una idea previa de lo que significa daño y provecho y otra de por qué esto se ha de evitar; en definitiva, ha de contar con una idea sobre el bien y el mal, que ha de defender teóricamente.
En corto: al pensar al estúpido como alguien que hace el mal para sí y para otros sin saberlo, la estupidología se convierte en una teoría moral y política, porque se centra en las consecuencias sociales de la acción humana individual bajo la idea de que el mal es algo que se ha de evitar.
Vuelve de este modo -cómo no- al inexorable tema platónico del Bien.
En este sentido, una de las tantas cosas que rescato de la estupidología es que propone de un modo muy platónico y tradicional que estupidez e inteligencia se encuentran unidas en cada persona.
No hay ningún problema en admitir que alguien de altas capacidades técnicas, capaz de resolver los problemas más abstrusos y complejos, puede ser un perfecto estúpido.
Por eso, uno de los principios generales de la estupidología es que:
«El número de estúpidos es legión [9]. En otras palabras, toda la humanidad participa de la estupidez» [10]
¡Miel de realidad incorregible para mis oídos filosóficos!
Sí, yo también soy estúpido.
Y es importante destacarlo, porque, la perspectiva habitual y corriente que han adoptado los especialistas en el asunto se basa en un sospechoso principio gnóstico que separa categorías de personas, según el cual «algunas personas serían inteligentes y otras estúpidas» [11].
Y lo gnóstico significa aquí exclusión por privilegio de acceso al conocimiento
De hecho, me parece que el sistema educativo está planteado para aceptar esta premisa (los que se sacan mejores calificaciones serían los inteligentes, los que obtienen peores son estúpidos: así te categorizan desde pequeño, formándote para complacer a la autoridad).
Pero se trata de una perspectiva que trae aún mayores males de los que presume evitar.
En cambio, la visión de la estupidología humaniza al exigirte la humildad necesaria para aceptarse estúpido a uno mismo y sus conciudadanos.
Desde este punto de vista, los que descuellan por su habilidad homínida para resolver problemas, son vistos sencillamente como parte de la élite de los menos estúpidos, nunca como parte de aquella otra categoría irreductible de los inteligentes.
Platonismo de la Estupidez
Para entrar en la dimensión platónica de este planteamiento, te cuento que me fascina el remanente de experiencia que revela la etimología de las palabras.
Bien entendida, la etimología es una mitología poderosa, porque transporta a un origen remoto e indeterminado en el tiempo, representando la experiencia compartida de una comunidad anónima del pasado.
A propósito de la estupidez, la palabra proviene de la experiencia de ver cómo el tordo se cae al suelo desvanecido por el calor del verano, quedándose inmóvil por el golpe; así el estúpido era quien como el pájaro queda, primero, aturdido (de tordo a -turdo) y paralizado por el golpe de la caída, después.
De ahí que estúpido venga de estupor, del latín stupere, 'quedar paralizado' o 'aturdido'.
La estupidez entonces describía la experiencia de ver a quien se desmaya o desvanece con facilidad, con el característico estado que le sucede al despertar: no sabe dónde está, ni cómo se llama, ni qué día es hoy.

Y de manera reveladora se relaciona con esa otra palabra ya en retirada en español como necio y necedad, ambas provenientes de nescire (no saber, ignorar), y nuestro 'tonto', que viene de quedar atónito, del latín attonare: quedar espantado, inmóvilizado por el ruido.
Más allá de los matices que descubre la etimología, se refiere esta familia de palabras a la ignorancia como un estado defectuoso respecto del saber y a la estupidez como una suspensión temporal del juicio.
Y, si bien cada pensador en la tradición del Platonismo ocupará las palabras en un sentido especifico, es notable la precisión que hace Tomás de Aquino al oponer la estupidez con la sabiduría, que vendría a ser la incapacidad de juzgar con criterio universal, ya sea la propia vida como un todo, o la realidad como un todo [12].
«El estúpido tiene la capacidad de juicio, pero embotada», dice [13].
De este modo se enriquece la comprensión del asunto, pues lo opuesto de la inteligencia sería la ignorancia, y de la sabiduría, la estupidez.
En este sentido, tal como desvanecerse luego de un gancho de izquierda imprevisto, la estupidez es un estadio momentáneo llamado a ser superado.
El estúpido, en cambio, lo es porque permanece en ese estado (peor aún si lo enaltece con orgullo).
No le falta inteligencia al estúpido, que la tiene, sino capacidad de juicio.
Desde antiguo descubrieron los filósofos una conexión profunda e inseparable del hombre con el ser a través de su inteligencia.
Como dijo Parménides en el famoso fragmento nº3, «pues lo mismo es inteligir y ser», frase que condensa toda la filosofía.
Del verbo inteligir viene el sustantivo inteligencia (que traduce los vocablos griegos noéin y nóesis respectivamente), pero más importante aún es la relación directa e inmediata con el ser capturada en esta frase.
Se trata de una relación que al expresarse por un verbo en vez de un sustantivo denota una acción: el acto propio de ser.
Y en el ser están contenidas todas las cosas, las ficticias e inexistentes, los cuerpos celestes, el universo, todo...
El universo entero adquiere una manera renovada de ser en el intelecto.
Piensa en que sólo el hecho de querer comprender todo el universo como hacen los físicos te dispone intelectualmente hacia todos los cuerpos celestes, aunque nunca hayas salido del único espacio que conoces con certeza.
Decía Platón por eso mismo que «el objeto de la inteligencia no es otra cosa que lo que es» y que «el alma, al usar la inteligencia, se eleva hasta el lugar más alto del ser mismo».
Al punto en que llega a decir literalmente Aristóteles que «el alma es de algún modo todas las cosas».
Esa apertura a todo lo que hay es lo propio de la inteligencia.
Y la negación de ello es una forma de ignorancia, aunque se haya llevado a cabo por alguien considerado inteligente por nuestros cánones de habilidad homínida.
La rebelión contra la inteligencia
En esta historia transformó Descartes el descubrimiento de Parménides, y, en vez de admitir que son idénticos y simultáneos, los pone en sucesión contigua: primero a la inteligencia («pienso») y a continuación el ser («luego soy/existo»).
(Como la posición de Descartes es la culminación de un proceso de siglos, queda habilitada para ser el comienzo de otro, pero esta historia se desvía del argumento que te quiero presentar.)
Ciertamente que romper la relación de la inteligencia con el ser es una forma de estupidez.
Por eso la rebelión contra el pasado filosófico, al haber roto la comunión humana con el ser, le ha privado de la apertura ilimitada a todas las cosas, estrechando su mundo y su existencia.
Hacer vista gorda del pasado deliberadamente es también una forma de estupidez.
Y al haber abandonado libremente esta relación -así de libre es el hombre-, la inteligencia humana ha devenido en una facultad vacía, incapaz de sostenerse frente a la Nada.
Nada de raro, entonces, que en la era del Nihilismo Tecnológico el hombre se quede como estúpido frente a la máquina que él mismo creó.
Se ve como frente a su espejo invertido.
Por eso hoy la palabra inteligencia significa otra cosa, en el mejor de los casos, una habilidad de resolver problemas prácticos o técnicos, como cuando los chimpancés usan la piedra para romper las cáscaras de sus alimentos o el palo para extraer miel y termitas de las colmenas.
De este modo, pueden darse inteligencia y estupidez en una misma persona; son en definitiva distintos aspectos de su conocimiento.
Por eso llevan razón los estupidólogos al estudiar la estupidez a partir de la conducta que no va mediada por un juicio sobre sus consecuencias.
Lo platónico de este planteamiento es que permite entender que en la era del Nihilismo Tecnológico uno es meramente menos estúpido que sus pares, nunca más inteligente, porque se ha roto la relación que había con el ser.
Libre el hombre de la comunión con el mundo inteligible, lo único que queda es conformarse con la estupidez.
Estupidez Artificial
La estupidologá ha mostrado que las ideas tienen consecuencias y por lo mismo hay que cuidar la dimensión especulativa del pensamiento tanto más que la práctica.
Así se estudia la estupidez para prevenir sus consecuencias, lo mismo que se estudia la inteligencia para fomentar sus efectos positivos y reducir el impacto de la primera.
Aquello en lo que pensamos y cómo pensamos parece definir como actuamos.
El Platonismo se presenta como una filosofía de la transformación personal, que ha contado con una propuesta de valor definida por siglos, según la cual conocer es transformarse realmente en lo conocido.
Y ello es posible gracias a una inteligencia conectada con el ser.
En las circunstancias que impone el Nihilismo Tecn0lógico prefiero comprar una filosofía bajo la promesa de una transformación que otra que no puede definir la inteligencia, porque me permite considerar la estupidez como un estadio que se puede superar a partir del reconocimiento de la propia ignorancia.
Tener el ojo voraz se vuelve imprescindible en la medida en te mueve a buscar otras respuestas y maneras distintas de comprender.
Por eso, a no ser que se restituya esa relación originaria de la inteligencia con el ser en un mundo compartido, para mí saberse estúpido es una actitud necesaria para salir de la estupidez (ya vimos por su etimología que indica una paralización intelectual), sin nunca pretender darse por inteligente, porque la facultad ya no refiere a nada (la habilidad de resolver problemas es una mala copia de su original).
Planteo lo anterior, frente al dilema de calificar de inteligente a la máquina, cuya mayor amenaza es que la proliferación de sus aplicaciones derive en la reproducción industrial y propagación masiva de la estupidez.
Es tan curioso como indicativo que en el debate no se hable con la misma fuerza e inquietud de la estupidez de la máquina, la EA (Estupidez Artificial), como si sólo pudiera ser inteligente.
Esto revela una visión gnóstica detrás de todo esto, en la que una entidad libre de los vicios humanos, conservaría sólo su perfección en una versión depurada, destilada de su inteligencia.
La separación gnóstica se produciría esta vez entre la Inteligencia Artificial como modelo o paradigma de la inteligencia, dejando al hombre únicamente como sujeto pasivo de la estupidez.
¡Justo lo que pensaban los filósofos añejos sobre las Inteligencias Sustantivas, como formas puras separadas de la materia!
Frente a ellas el hombre palidece y se ve estúpido.
Pero, ¿y qué tal si fueron los filósofos los estúpidos en primer lugar al plantear ingenuamente esa unión de la inteligencia con el ser antes del advenimiento de la máquina?
No sé tú, pero yo prefiero recobrar el mundo inteligible de los barbudos.
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