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Filosofía y dinero I

Filosofía y dinero I

Una de las razones que me motivó a comenzar filósofo(.com) fue poner a prueba el conflicto histórico del filósofo con el dinero. El saber filosófico, a diferencia de otras formas de conocimiento, no produce nada útil y por esta característica su valor es difícil de medir económicamente para transformarlo en mercancía. Por definición, lo útil es aquello que sirve para producir u obtener otra cosa, como la harina para producir el pan o el dinero para comprarlo calientito a primera hora de la mañana. En general, lo útil tiene carácter instrumental.

Pero la filosofía no se busca por ninguna otra razón más que por sí misma; perseguirla por otra otra cosa sería deformar su naturaleza, como conservar la cáscara sin la pulpa y la caparazón sin la tortuga (en esto Marx se apropió de la palabra filosofía para darle su propio significado en su conocida consigna de que su deber no es conocer el mundo, sino transformarlo; es decir, produjo su tortuga on demand). Aún recuerdo cuando las mamás de mis amigos se escandalizaban al preguntarme qué se hacía con eso de la filosofía una vez que terminara de estudiar y mi respuesta era sencillamente: nada. Lo decía con un cierto sarcasmo, pero capturaba mi pleno compromiso vital con la filosofía. Incluso algunos amigos me preguntaban: ¿y eso se come? A fin de cuentas, la posesión del saber filosófico es un bien, pero no produce bien alguno. Su valor de cambio es prácticamente nulo, o al menos así ha sido a lo largo de la historia. Y tampoco puede ser un bien de consumo que se extinga luego de su uso. ¿Dónde cabe la filosofía en este mundo en transición?

Debido a que no se puede elaborar o fabricar nada con el saber filosófico como si fuera un insumo, su naturaleza es extraña (y diría hasta sospechosa) para la mentalidad de consumo propia de nuestro tiempo. Tampoco es posible idealizar una edad de oro de la filosofía, porque desde sus orígenes ha sido despreciada por el resto de la sociedad quizás a causa de esta falta de utilidad práctica. Aristóteles observó esta fragilidad social de la filosofía, cuando decía que los demás saberes son más necesarios, precisamente porque son más útiles, pero ninguno de ellos es más noble.

Lo anterior explica por qué la filosofía tiene cada vez menos cabida en la educación, no sólo básica, sino en la formación general de los ciudadanos, que privilegian una instrucción técnica en desmedro de las humanidades. No es exagerado decir que hoy en día se busca el conocimiento nada más que por el rendimiento económico que puede brindar. Pero, imagínate un mundo compuesto por puros ingenieros y médicos; para mí, la definición absoluta del infierno.

Desde luego, el filósofo, a sabiendas de que el saber que busca no puede generar riqueza, queda anclado en una posición económica bastante desventajosa. En efecto, la adquisición del saber filosófico requiere de mucha inversión personal (tiempo, sacrificio, esfuerzo, talento) y ciertas condiciones de vida que podríamos calificar de aristocráticas (ocio, amigos con intereses filosóficos semejantes). Como solía recordar Julián Marías, a la filosofía siempre se han dedicado unos cuantos gatos; por eso, en cierto sentido, es aristocráctica, ya que no paga económicamente toda la inversión que requiere. Por constrate, el emprendedor realiza tanto sacrificio, pero por la apuesta de un retorno que pague más de diez veces la inversión.

En mi caso, sé que nadie me va a pagar mis ocho años de doctorado. Podría haber elegido un tema de tesis facilón para que fuera un trámite rápido de sacar, como hacen algunos con cierta razón. Pero no; elegí entender aquello que no entendía para cubrir las lagunas que faltaban en mi comprensión de la metafísica. ¿Valió la pena? Totalmente, aunque estoy consciente de que el esfuerzo nunca se pagará económicamente. En resumen, el filósofo siempre la ha tenido difícil monetizando su oficio.

Ni los pensadores más célebres se ganaron la vida con la filosofía:

  • René Descartes (1596-1650) se licenció en derecho civil y canónico; pero no ejerció como abogado, sino que se unió al ejército de Mauricio de Nassau y después al de Maximiliano de Baviera. Hacia el final de su vida vivió bajo el patrocinio de la reina Cristina de Suecia.
  • Baruch Spinoza (1632-1677) se ganó la vida puliendo lentes para instrumentos ópticos, colaborando en diseños con Christiaan Huygens.
  • John Locke (1632-1704), como otros grandes filósofos, fue médico de formación y profesión. También vivió de su mecenas, Anthony Ashley Cooper, primer conde de Shaftesbury.
  • David Hume (1711-1776) trabajó como secretario de su primo, el teniente general James St. Clair. Después fue bibliotecario de la Facultad de Abogados de Edimburgo; y más tarde secretario de la embajada británica en París.
  • Arthur Schopenhauer (1788-1860) vivió en la soltería, tranquilo junto a su perro, gracias a la herencia de su padre, un exitoso empresario alemán.
  • John Stuart Mill (1806-1873) fue administrador colonial de la Compañía de las Indias Orientales de 1823 a 1858; y se desempeñó como Miembro del Parlamento de la Ciudad y Westminster de 1865 a 1868.
  • Charles Sanders Peirce (1839-1914) pasó la mayor parte de su vida laboral como científico en el Servicio de Investigación Costera de los Estados Unidos, hasta que en 1891 renunció y se fue a vivir de una herencia de su padre, matemático Benjamin Peirce.
  • Friedrich Nietzsche (1844-1900) fue profesor de filología clásica en la Universidad de Basilea. Y por problemas de salud fue pensionado por la universidad de Basilea.
  • Gottlob Frege (1848-1925) enseñó matemáticas en la Universidad de Jena; y durante su carrera temprana sobrevivió con becas y conferencias no pagadas o mal pagadas, y tuvo que ser subsidiado por su madre.
  • Jeremy Bentham vivía de una herencia de su padre, Jeremiah Bentham, un abogado de gran éxito.
  • Ludwig Wittgenstein (1898-1951), que había sido soldado voluntario en el ejército austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial, trabajó como jardinero y maestro de escuela antes de regresar a Cambridge en 1929.

En este sentido, es pertinente el consejo de Juan Manuel de Prada, un novelista español que parece teletransportado desde el siglo de oro, quien aconseja no vivir de la escritura, porque eso hace que el arte deje de ser crítico con su época y se deba ajustar a las modas para poder permitirle al escritor llevar una vida financieramente estable. Quizás por eso en otras épocas hubo algunos filósofos que fueron médicos como Galeno, Al-Farabi, Avicenna, Averroes, y Maimónides. Otros, además, fueron monjes, obispos o papas, como San Agustín, Tomás de Aquino y Pedro Hispano. Y otros, matemáticos e ingenieros, como Descartes, Leibniz, Bertrand Russel y Ludwig Wittgenstein.

Hoy en día, en cambio, el filósofo es un profesor cuyo oficio es impartir clases en alguna institución académica y que se enfrenta por lo mismo a un profundo dilema existencial: "¿Qué es, pues, actualmente un filósofo? Básicamente, un profesor al que no le resulta del todo fácil justificar, ante los demás y ante sí mismo, su propia actividad, y es más, que dedica buena parte de ella precisamente a encontrar esa justificación, formulando constantemente la pregunta ¿Qué es la filosofía?" (José Bermejo).

De hecho, uno que otro profesor ya entrados en sus cincuenta me ha confesado que, si tuvieran que elegir de nuevo cómo habrían de ganarse la vida, no habrían elegido la filosofía. Y me lo confesaban detrás de su escritorio mientras escribían otro de sus artículos con cara de tristeza, pese a ocupar cargos importantes en sus respectivas facultades. La conciencia de que la mayoría de los artículos queda sin leer desalienta a cualquiera y, si a eso se le suma la exigencia de publicar artículos como si fuera una línea de producción industrial, el resultado es el cuestionamiento del sentido de la propia ocupación. Quizás por esta causa hay tanto arrepentido de haber estudiado humanidades. Por otra parte, hay muchos filósofos que estudiaron derecho por consejo de sus padres (que con la filosofía se iban a morir de hambre), pero igualmente terminaron en la burocracia disimulada de la carrera docente.

"¿Qué es, pues, actualmente un filósofo? Básicamente, un profesor al que no le resulta del todo fácil justificar, ante los demás y ante sí mismo, su propia actividad, y es más, que dedica buena parte de ella precisamente a encontrar esa justificación, formulando constantemente la pregunta ¿Qué es la filosofía?" (José Bermejo)

El dilema existencial del filósofo en la era de internet genera así varias inquietudes: ¿Será que sólo se estudia la filosofía para formar a futuros profesores de filosofía? ¿Será que al institucionalizarse en la universidad contemporánea se estudia para perpetuar una facultad en la que se forman profesores para ser profesores de otros profesores? Un caso semejante ocurre con la escritura creativa que, cuando se estudia a nivel universitario, sus egresados, en vez de dedicarse a escribir novelas, que sería lo lógico, aspiran a conseguir una plaza en una facultad que forma otros profesores de escritura, por la razón más que comprensible de que genera ingresos estables.

El dilema del filósofo con el dinero ha sido reconocido desde los orígenes. En palabras de Aristóteles: "Así parece que debe obrarse también con los que nos comunicaron la filosofía; su valor, en efecto, no se mide con dinero, y no puede haber honor adecuado para ellos". Si bien esta perspectiva es pre-capitalista, y el criterio para la fijación del precio por la filosofía es la justa retribución y no el valor de mercado, sus palabras capturan algo esencial: que el valor de la filosofía no se mide con dinero.

Pero no se trata un defecto intrínseco o connatural a la actividad filosófica, sino que en un mundo en transición post-capitalista como el nuestro, se acentúa su contraste con la utilidad universal en la medida en que ésta invade prácticamente todos los ámbitos de las relaciones humanas. La nobleza de la filosofía proveniente de su carácter de saber definitivo (que se busca en razón de sí mismo y no por alguna utilidad) la convierte en extranjera en una sociedad regida por valores utilitarios. Por esta fisura estructural, es razonable que exista un resentimiento del filósofo con el sistema; de ahí los furibudundos críticos del capitalismo.

Por cierto, el presupuesto que mantiene vigente esta perspectiva sostiene, querámoslo o no, que todo puede ser medido con dinero (llevado hasta el paroxismo, diría que sólo existe aquello que puede ser medido con dinero). Un bien que no cumple con este requisito quedaría al margen de una sociedad con un desarrollado sistema monetario (eso explica que la facultad de filosofía sea subvencionada y se haya convertido en un sistema cerrado marginado del resto de la sociedad). Y esta idea es la que pone a prueba filósofo(.com) que, sin violentar su noble naturaleza, procura monetizar el oficio por medio de comunicar la filosofía a quien la busca.

Aristóteles insistía en que el sabio (es decir, el filósofo consumado) debe ser lo más autosuficiente posible en la conducción de su vida; ha de ser capaz de procurarse la autarquía necesaria, liberando tiempo para dedicarse a estas cuestiones. Recién en esta época asistimos a las consecuencias del problema. En efecto, cuando uno está subsumido bajo el financiamiento de uno solo (por lo general, una institución que paga el salario o becas que financian proyectos de investigación) la libertad especulativa se puede ver coartada por los intereses o la visión de quien financia.

"El que pone la plata pone la música" decía mi abuela; así que mucho ojo con quien financia al filósofo, ya que le puede exigir a qué son bailar. Para evitar caer en esta subordinación ideológica, ¿qué ocurriría si son los lectores quienes financian al filósofo? ¿Sería esto garantía de autosuficiencia especulativa y de calidad de las ideas? Gracias a la tecnología de internet, un número suficiente de lectores comprometidos que aportan con una suma econónima que sólo en el agregado es relevante, permitiría que el filósofo se concentre en su oficio. De esta manera sería más fácil admitir que, si la filosofía no tiene nada que aportar, ya que para eso están las ciencias, está destinada a desaparecer.

Lo que hace inevitable plantearse la pregunta por el valor de la filosofía en un mundo como el nuestro. ¿Tiene aún valor la filosofía? Si es así, ¿cuál filosofía?¿Puede existir el filósofo en estado puro donde su oficio es la misma dedicación a la filosofía?¿Qué es aquello que el filósofo le aporta al mundo como para poder monetizar su oficio? Si admitimos que el sofista es el filósofo que ha abdicado de la verdad en pos de la fama propicia para lucrar (los ejemplos sobran, como los críticos del capitalismo que venden sus libros por Amazon), ¿cómo llevar una vida digna sin transformarse en sofista? Lo interesante es que esta perspectiva pone el foco en el valor que yo como filósofo puedo aportar a mi audiencia; sería mi fallo, no de la filosofía.

"Así parece que debe obrarse también con los que nos comunicaron la filosofía; su valor, en efecto, no se mide con dinero, y no puede haber honor adecuado para ellos" (Aristóteles)

Lo primero que debemos aceptar para delinear una respuesta es que la filosofía tiene que contar con los mismos requisitos de cualquier estrategia económica: ha de resolver un problema real. ¿Y qué problema resuelve la filosofía? Se me ocurren solamente tres: 1) la aspiración natural del hombre al saber; 2) la aspiración natural a llevar una vida lograda; 3) la aspiración natural a trascender la muerte. Por eso en filósofo(.com) me he planteado el desafío de monetizar el oficio del filósofo precisamente por el valor que aporta a la vida personal en esas tres dimensiones. Se trata de comunicar la experiencia filosófica y no un stock acumulable de ideas. Porque, al final del día, ¿quién y para qué las acumula?

Gracias al estado actual de la tecnología, hoy es posibile como nunca realizar dos ideales antiquísimos, como son el acceso universal al saber filosófico y la formación de una comunidad en torno a este. Pese a que las circunstancias políticas actuales son extraordinariamente apocalípticas, estoy convencido de que vivimos tiempos propicios para dedicarse a la filosofía. Nos ha tocado vivir en una época ideal para desarrollarla, porque la vida ordinaria cuenta con las comodidades suficientes para dedicarse a la búsqueda de la verdad. Ya no es necesario perseguir lo extraordinario, sino que se puede cultivar en la tranquilidad del hogar con un par de libros y una conexión a internet.

¿Será posible monetizar el saber filosófico? Acompáñame en el viaje de filósofo(.com) para averiguarlo.

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