Presentación: El Pescador del Fin del mundo

Por Hugo Kruger

Santiago de Chile, 5 de diciembre 2012

Estamos frente a la novela El Pescador del Fin del mundo, del novel escritor Gonzalo Llach. Se trata de una novela, pues ocurren los hechos relatados en un contexto de ficción, cuyos personajes ficticios  son observados por un narrador omnisciente, que además en partes de la historia, toma abierto partido por las causas de los personajes.  Es una novela entretenida, con un trasfondo policial que actúa meramente como fondo motivador, con componentes de romance y final inesperado.

La narrativa amena termina el cuadro para una novela que vale la pena leer.

Pero, llamo a los incautos y desprevenidos a no dejarse engañar por este aparente envoltorio.

Se trata, estimados lectores, de una novela ideológica, con mayúscula.  Muchas veces se ha utilizado el término Ideología con un fin peyorativo. Se le asocia principalmente con el concepto de ideología nacido a finales de siglo 18. No es el caso. Al decir que se trata de una novela ideológica me refiero  a un concepto amplio de ideología,  más generoso que aquel que solo busca describir el fenómeno político. La novela en comento, es ideológica porque toca a un conjunto de ideas acerca de la economía, la ciencia, lo religioso, lo cultural, lo moral, lo afectivo, describiendo un tipo particular de sociedad que es cruentamente comparada con nuestra realidad actual. Estoy convencido de que nos encontramos frente a una novela profundamente ideológica: El pescador del fin del  mundo, del autor Gonzalo Llach, es una novela ideológica en el sentido que acabo de describir. La pluma del filósofo, amante de descubrir la verdad de las causas últimas, toma a ratos la pluma del Llach literato y hace de las suyas. Pareciera reírse el filósofo y el literato después. El literato le dice al filósofo: primero está lo que la gente quiere escuchar. Luego está lo que la gente está dispuesta a decir, luego lo que la gente es capaz de escuchar y  después de todo eso, la verdad. El Llach filósofo no está dispuesto a escuchar tal cosa. La verdad está primero.

En la literatura encontramos gran cantidad de ejemplos donde sutil o abiertamente el autor pretende mostrarnos su particular ideología o bien abonar a la tesis de una ideología particular. Me refiero a los clásicos, a Jane Austen, a Charles Dickens, a León Tolstoi, Shakespeare,  Dante, Cervantes, Borges, solo por nombrar a algunos.  También a los más explícitos,   Hesse,   Joyce, o  Sartre.

Por nuestros lares, en el año 1817 se publicó por primera La Camila o la Patriota de Sudamérica, de Fray Camilo Henríquez, seguida de La Inocencia en el asilo de las virtudes.  La razón que llevó al fraile a escribirlas fue su afán revolucionario. El quiere la libertad del pueblo de chile y de otros pueblos americanos. 

A inicios del siglo XX fue Bertolt Brecht quien utilizo la literatura y la estética con fines de educación ideológica.  Por ejemplo, el alma buena de Szechwan, examina el dilema de cómo ser virtuoso y al mismo tiempo sobrevivir en un mundo capitalista. ¿O es Llach el que plantea esto?

Porque a inicios del siglo XXI Llach nos sorprende con su aparente novela de aventuras, que se trata en realidad de una bomba de racimo bien disfrazada.

La intima relación entre ideología y literatura ha llevado a autores como Leonard Davis a decir: “En lo que al novelista respecta, es normalmente un baboso embustero”. - No será necesario aclarar que Davis odia a los novelistas- . Y titula su tesis: “Resistirse a la Novela. Novelas para resistir.” Declara que no está a favor de quemar libros, pero Davis miente. Sería feliz quemando novelas. ¿Por qué? Porque son profundamente ideológicas.

Para Davis, los escenarios novelescos están relacionados con las explicaciones ideológicas acerca de la posesión de la propiedad. Los personajes están al servicio de la identificación del lector, quien se pondrá en los zapatos del héroe y querrá íntimamente vivir la vida o la acción del personaje.

El dialogo novelístico deformaría la forma habitual de conversación para crear una elite, una comunidad de seres escogidos lingüísticamente en la que se pueden integrar los lectores más allá de sus diferencias de clase. En fin, Davis recomienda mantenerse alejados de la novela porque corremos seriamente el peligro de ser ideologizados.

Siguiendo a Davis entonces, debo hacerles la siguiente prevención: Si ustedes no quieren navegar en las profundidades psicológicas de Gonzalo Llach, si no quieren  arriesgar una placida y complaciente mirada del mundo, si no quieren arriesgar su actual estabilidad, si no quieren emprender un viaje sin retorno a las profundidades de ustedes mismos, manténganse lejos de la obra de Llach.

Porque en su novela, ustedes encontraran todo aquello que abomina Davis. La posesión de la propiedad tendrá su dosis, los personajes hablan y reflexionan desde un leguaje elitista que muestra sus contradicciones y deseos al primer estimulo, los escenarios adquieren una relevancia  que los convierte en un protagonista más, las relaciones afectivas llevan al romance a un punto donde no es posible no identificarse y cuando el lector ya se halle descuidado, será tarde, pues los fundamentos ideológicos de la novela ya habrán debilitado los límites del texto y rondaran en la mente del lector, sin que sepa que es suyo, que es de Llach y que pertenece a la humanidad.

Ahora bien, si ustedes son valientes, si no le temen a las preguntas que han generado guerras, botado reinos, y quemado herejes y brujas, entonces lean a Llach. Bajo su responsabilidad. No reclamen que no fueron advertidos, la editorial ni este escritor en particular tendrán ninguna culpa.

O bien, si no son valientes pero aman el peligro, o si simplemente la inconsciencia los lleva a abrir el libro, o si ustedes aceptan el desafío, encontrarán una novela fresca, dinámica, profundamente chilena en el escenario y profundamente universal en su contenido.

Un último consejo para no morir en el intento: También pueden defenderse de Llach de esta forma; Pueden leer la novela con el ojo avizor de quien espera ser atacado. El consejo: léanla mientras están despiertos. No lo hagan mecánicamente como quien lee el periódico gratis de la mañana. Pero es solo un consejo. Y nada vale si seguimos  a Virginia Woolf que sabiamente nos dijo:  “Por cierto, el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura, es que no acepte consejos”

De que trata en definitiva el texto de Llach? Nadie mejor que Dickinson para ilustrarnos: “¿Dónde nos encontramos? En una serie cuyos extremos desconocemos y que para nuestra creencia no existen. Si alguno de nosotros supiera que estamos haciendo o hacia dónde vamos, sería mejor que lo pensáramos dos veces”

Harold Bloom ha dicho: “Probablemente uno aprende más sobre como vivir de la gran literatura que de los grandes filósofos o de los textos religiosos”

De esto trata la obra de Llach: de hacer literatura cuando la política ha fallado. Cuando las religiones han fallado y ya no tienen respuestas. Cuando Dios ha fallado. Cuando la filosofía se ha replegado al lenguaje críptico, cuando la psicología se ha convertido en ciencia materialista, cuando el psicoanálisis se ha convertido en práctica elitista. Entonces, siguiendo nuevamente a Bloom, lo único que nos queda es la literatura.

Bien lo sabe Llach: Lo único que nos queda es la literatura.

Felicitaciones a Gonzalo Llach.