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Heidegger y su interpretación del esse tomista (2013) fue el primer artículo que publiqué, también impregnado de los resabios de mi espíritu adolescente. Surgió a partir de mi interés en la teoría de Aristóteles sobre el acto y su relación con la doctrina del ser y la esencia de Tomás de Aquino, que fue objeto de mi tesis de licenciatura.

Quería averiguar hasta qué punto Tomás era aristotélico y hasta qué punto no.

Resulta que mientras leía los cursos de Martin Heidegger, un célebre filósofo alemán, sobre Nietzsche, me encontré conque se refería al tema de una manera bastante extraña. Así, mientras más leía su interpretación más discrepancia encontraba con la doctrina original, que yo conocía bien del texto en latín.

Por supuesto que al comienzo pensaba que era yo el que andaba perdido, pero con el tiempo agarré un poco de confianza para mostrar que era Heidegger el que andaba más preocupado de llevar agua a su molino que de entender adecuadamente la tradición de la metafísica del ser.

Si bien no estoy muy conforme con el modo en que lo escribí, al menos me han citado bastante.

Fue un primer paso en mi viaje del filósofo.


La unidad teórica de la silogística categórica y la sofística de Aristóteles (2024), recientemente publicado, este artículo es un bombazo. Jamás imaginé que lo publicaría la revista History and Philosophy of Logic, la más prestigiosa del mundo en la materia. Sintetiza en 20 páginas diez años de investigación doctoral, de paciente, solitaria y sistemática dedicación al estudio de un sólo tema: la unidad teórica de los escritos lógicos de Aristóteles.

Por si no lo sabes, un día por la mañana Aristóteles se dijo: "hoy voy a inventar la lógica formal"; y otro día quizás por la tarde: "mañana inventaré la teoría de las falacias".

Por eso es razonable preguntarse: ¿hasta qué punto la teoría del silogismo aristotélico se relaciona con la teoría de las falacias y el razonamiento falso?

La materia es importante, porque indaga en el origen mismo de la lógica formal y lo que se conoce como teoría de las falacias en el contexto de las teorías contemporáneas de la argumentación. La visión preponderante en la actualidad es que nacieron separadas y son irreductibles la una en la otra, lo que genera más problemas de los que resuelve. Pero yo propongo - a contracorriente- que nacieron juntas y que la teoría de las falacias es el anverso de la lógica formal.

Tiene sentido en mi viaje filosófico, porque la libertad de pensamiento para mí es un valor fundamental. Y un aspecto importante para su defensa pasa por reconocer la posibilidad real de equivocarse, no sólo en determinar la verdad de las premisas, sino que en el mismo procedimiento deductivo que lleva a las conclusiones.

Es decir, los científicos se pueden equivocar tanto como nosotros, a fin de cuentas son personas de carne y hueso, por lo que sus afirmaciones se han de tomar con una cierta distancia que permita evaluarla de acuerdo con criterios racionales, porque ningún científico se puede saltar la lógica del pensamiento.

Lo contrario se llama dogma, que se define como "una verdad directamente (formalmente) revelada por Dios y propuesta como tal por la Iglesia para ser creída por los fieles" (Ludwig Ott 1966, 30).

Lamentablemente la ciencia actual cada vez parece más una religión para ser creída que una teoría para ser discutida y analizada (reemplaza en esa definición a Dios por Científicos, Iglesia por Ciencia o Estado, fieles por público y verás).

El asunto es aún más relevante en nuestra época donde se ha silenciado de los medios la crisis de replicabilidad que vive el quehacer científico.

Al final del día estamos todos en la misma, tratando de darle un poco de sentido a nuestras vidas, que ya es bastante. No queremos más autoritarismos de ningún tipo, menos en nombre de la ciencia.